martes, 31 de marzo de 2009

LAS CLASES PARTICULARES


LAS CLASES PARTICULARES

Te hablo, querido amigo, de algo que sucedía hace más de cuarenata años . Las clases particulares de entonces no tienen casi nada que ver con las de ahora. Hoy día los niños asisten a clases de idioma, de ballet, de defensa personal –en sus muchas variantes-, de informática, de natación… pocas de ellas relacionadas con el refuerzo a las tareas escolares. Se supone que ya en el colegio tienen suficiente, con lo que yo , en general, estoy bastante de acuerdo. Nunca fui amigo de las “clases particulares” entre otras razones, porque pensaba que la escuela debía dar cumplida respuesta a las “particularidades” de cada alumno. Sólo en casos excepcionales las aconsejaba.
Dejando al lado la conveniencia o no de que un alumno reciba clases particulares, me ciño exclusivamente a relatar el hecho histórico de la segunda mitad del siglo pasado, que he tenido la oportunidad de vivir.
En mi niñez y adolescencia las clases particulares presentaban las siguientes características:
- Las impartían generalmente algunos de los maestros oficiales, obligados casi siempre por la necesidad de complementar sus exiguos ingresos.
- Existían también ciertas personas sin titulación que, bien en sus casas, bien en las de algún alumno, y de manera casi clandestina, organizaban pequeños grupos a los que atendían. Entre éstos se encontraban estudiantes, personas ya mayores, e incluso algunos maestros a los que se les había desposeído de su título por motivos políticos.
- Tanto unos como otros atendían a grupos muy heterogéneos, dedicándose casi exclusivamente a reforzar las materias de Lengua y Matemáticas. Diariamente se trabajaba el dictado y el cálculo.
- Solían asistir también a estas clases aquellos niños que tempranamente se incorporaban al trabajo obligados por la necesidad de la familia, librándose de esta manera del analfabetismo imperante en aquellos años.
- Las llamadas pomposamente “academias” formaban a los estudiantes que, por enseñanza libre, estudiaban en el pueblo, atendidas igualmente por los maestros del pueblo.

Casi debuté dando clases particulares en mi época de estudiante con el hijo pequeño de un señor de mi pueblo. Amigo y cliente de mi familia, poseedor de una ganadería de toros bravos, amén de otras muchas posesiones y riquezas. El niño tendría unos tres o cuatro años. El padre, de entrada, se permitió sugerirme unos cuantos consejos “pedagógicos”, como, por ejemplo, que le hablase de los toros de su ganadería para atraer su atención y ganarme su confianza. Así que tuve que aprenderme los nombrecitos de aquellos morlacos que al niño tanto le sugerían –blanquito, nevado, carapinta, soleado, etc…-, y allí me tienes, querido amigo, en una gran sala de la casa del ganadero, toreando cada tarde al niño, o mejor, toreándome él a mi. El niño, que se creía un becerrito, se me metía por debajo de las sillas, se escondía debajo de la mesa, trotaba por la sala como si estuviera retozando en la pradera…, pero de atender a mis clases, nada de nada. Ante esta situación no tuve más remedio que plantearme el reto de escoger entre los toros o las letras, así que aconsejé al padre que me lo mandara a mi casa; lo que en el lenguaje taurino se conoce como "cambiar los terrenos". Aquí las cosas cambiaron y pude “meter en vereda” a aquel becerrillo travieso para que aprendiese sus primeras letras. Todavía conservo un libro que me compré para estudiar como tratar a aquellos diablillos. Es el que aparece en la imagen de abajo.

viernes, 20 de marzo de 2009

MÁS SOBRE LAS VACACIONES


Te he contado cómo transcurrían mis vacaciones en mi niñez. Como la mayoría de los seres humanos suelo rememorar con alegría esta etapa de mi vida que, si los mayores no se empeñaron en lo contrario, ocupa el primer lugar de nuestros recuerdos felices.
¿Cómo eran las vacaciones en mi adolescencia?
El tiempo lectivo del curso era ocupado en el estudio del Bachillerato, primero, y de la carrera después. Había que procurar que no quedasen asignaturas pendientes para el verano. Yo, como la mayoría de los chicos de mi pueblo, los que no podíamos costearnos un colegio en la capital, estudíabamos “por libre”, que, por si alguno no lo sabe, consistía en preparse todo el curso en clases particulares e ir a la capital a examinarse una vez al año. ¡En dos días te examinabas de todas las asignaturas, siendo orales la mayoría de los exámenes! Había que trabajar duro, pero la recompensa era un verano de lo más relajante.
Como chico que empieza a sentirse hombre buscabas en la vida del pueblo todo aquello que te reafirmara tu personalidad: destacar en el estudio, en el deporte, –a mi me gustaba mucho el fútbol y dicen que era un buen extremo derecho-, participar en las reuniones sociales, formar parte de una rondalla, empezar a pavonearse por el paseo clásico de los pueblos para que las chicas se fijasen en ti, fijarte en ellas… los primeros amores, platónicos todos…, las rondas, los paseos nocturnos a caza de gorriones con escopeta de balines de plomo y linterna, “las ligas” o reuniones de amigos –a veces amigas- en las que empezabas a degustar tu primer vasito de vino, tu primer cigarrillo…
Los veranos eran muy esperados porque, como solíamos decir, venían los “estudiantes”, es decir, los “ricos”, los que pasaban el curso en la capital. Al parecer nosotros éramos estudiantes, pero de segunda o tercera división. Entre aquéllos tenía – y tengo- grandes amigos. Pero los más valiosos son los que compartían el día a día, en invierno y en verano, los que nos divertíamos o nos las “pasábamos canutas” para reunir las cinco pesetas que costaba una gaseosa en “casa del Albarquero”; gaseosa que congregaba a su alrededor a la pandilla de adolescentes que nos sentíamos felices ante tan “afrodisíaca” bebida. Comentaba mi amigo Manolo Siles que esta bebida era muy buena “porque se te rizaba el pelo”… Para acompañarla, cada uno debía de aportar de su casa la “tapa”, de modo que, una vez abierta la botella, cada uno sacaba de su bolsillo lo que había “agenciado” en casa, con o sin el permiso de sus padres… Higos secos, huevos duros, tomates, bellotas, ¡chorizos!, etc…
Entre los “estudiantes” se contaban los seminaristas, chicos que en aquellos años tenían que vestir de negro o, al menos, llevar los calcetines de ese color… En el verano se añadían a nuestra pandilla, resultando una delicia el disfrutar de su buen humor, de sus historias, de sus anécdotas. Entre ellas recuerdo la de un profesor del seminario que debía tener la misma mala pronunciación que nuestro “querido y amirado” secretario de Organización del PSOE, Pepiño Blanco, que se come algunas consonantes… Pues bien, este profesor, muy dado a las recomendaciones de las buenas maneras y cuidado del edificio del Seminario, a menudo les recordaba que “no debían clavar putas en las paredes”. Imagínate, querido amigo, la hilaridad que despertaba el pronunciar –en todo un Seminario- putas por puntas.
Las vacaciones, por tanto, corrían a la misma velocidad que las de mi infancia.
¡Qué pena! Uno se hace “mayor” y las vacaciones cambian de cariz. Ya no servirán nunca más para jugar, para buscar nidos, para bañarse en las albercas, para encontrarse con los amigos que han estado fuera; ya las vacaciones serán para DESCANSAR. ¡Con lo que a mí me gustaba cansarme, hartarme de calor en las siestas para bajar al río, jugar sin tener nunca hartura. Pero en fin, en mi profesión siempre me han felicitado por una cosa: por la cantidad de días de vacaciones que gozábamos los maestros. Antes y ahora la misma cantinela. Permíteme, amigo, algunas reflexiones…
- Según lo que contaban, el Estado no pagaba más a los maestros porque éramos muchos, y lo compensaba con días de vacaciones. Nunca me lo creí, pero algo de cierto había en el rumor. Supongo que después de una guerra y de un bloqueo internacional existirían cosas más importantes que arreglar que preocuparse por la educación…
- Según lo que se comentaba dentro de nuestro gremio no se reducían las vacaciones porque el Estado se vería obligado a subirnos el sueldo, con lo que nos encontrábamos con el consabido problema de “la pescadilla que se muerde la cola”.
Bien, esto es un poco de historia porque lo que nos interesa es lo que ocurre en la actualidad. En realidad, los períodos vacacionales han cambiado poco. Podríamos considerar los tres más prolongados, Navidad, Semana Santa y Verano. Unos veinte días para el primero, once o doce el segundo, y alrededor de dos meses y medio para el tercero, siempre refiriéndose a los alumnos. ¿Qué pasa?, ¿Que los escolares españoles tienen más vacaciones que el resto de los países europeos? Evidentemente no. Basta buscar un cuadro comparativo para darse cuenta de que hay muchos países que cuentan con más días lectivos que nuestros niños. Concretamente en España, los días lectivos preceptivos es de 240 anuales. ¿En dónde, pues, radica el problema del sempiterno descontento de los padres? Está claro que éstos aducen una serie de problemas como qué hacer con los niños, quiénes se encargan de ellos, como compatibilizar el trabajo de los padres, coordinar el período vacacional, hacer frente a un largo período de inactividad, etc, etc. Es un tema bastante polémico, que admite toda serie de soluciones. El problema es que hay que sentarse, discutirlo, y tratar de buscar soluciones. No basta con protestar, hay que poner empeño,porque soluciones hay y basta con asomarse a La principal queja de los padres gira en torno a la siguientes cuestiónes: ¿Qué hacer con los hijos en los largos períodos vacacionales? ¿Quién se ocupa de ellos si ambos padres trabajan? En definitiva, ¿cómo compaginar trabajo y colegio?
Vuelvo a repetir que el tema es complejo, pero también que, si todos los estamentos implicados,- familia, Estado, sociedad, sindicatos, etc-,se pusiesen de acuerdo para buscar soluciones, no digo que el problema se resolviera, pero sí que mejoraría ostensiblemente.
Las vacaciones de verano, por ejemplo, reducirían su duración en dos semanas, terminando el curso escolar el día 30 de Junio y comenzando el 1 de septiembre. Se me dirá que hacemos con los días de calor de principio y final del verano… Aporto la solución de que se compren menos ordenadores por aula –creo que se prometieron un PC por cada dos alumnos- y se instale el aire acondicionado.
Las vacaciones de Navidad y Semana Santa permanecerían igual, aunque sería deseable que esta última no fuese variable, a fin de ajustar el Calendario Escolar. De no poder ser, cada año debería estudiarse su programación.
Esas dos semanas que hemos quitado del verano serían los comodines para insertar en los períodos que van desde el inicio de curso hasta Navidad y desde ésta a Semana Santa, o bien desde Semana Santa a fin de curso, si ésta cayese muy tempranera. Desde este modo se resolvería el problema de los trimestres demasiado largos.
“¡Pero bueno! ¡Todavía no me has resuelto problema de los padres que trabajan, amigo Pedro!” Pues mira, querido amigo, hay que exigir a los responsables de los ayuntamientos una buena programación de sus actividades y el empleo racional de nuestros impuestos. Debería ocupar un lugar preeminente en el gasto público la contratación de personal especializado para llevar a cabo en los centros, en los distintos períodos vacacionales, una serie de actividades culturales, lúdicas, deportivas, etc, que permitiera a la familia que lo solicitara, dejar a sus hijos en el colegio disfrutando mucho más que si se quedaran en casa. Es cuestión de proponerlo y proponérselo. Igualmente el Estado, al igual que sucede en nuestros vecinos europeos, aumentar las prestaciones familiares para los matrimonios con hijos. Date una vuelta, querido amigo, por las legislaciones de los distintos paises de Europa y alucinarás…
“Y me queda otra cuestión, amigo Pedro: ¿no crees que los profesores tienen muchas vacaciones?”

viernes, 13 de marzo de 2009

VACACIONES ESCOLARES


En la vida hay distintos pareceres y, en muchas ocasiones, “cada uno cuenta la vida como le va”, “es distinta según el color del cristal con que se mira”, o no se tienen los suficientes datos como para emitir un juicio correcto.
Muchos de los que ya me conocéis vais a decir: “¡y tú que vas a decir si has sido maestro!, seguro que arrimas el ascua a tu sardina…” En fin, es posible, pero trataré de ser lo más imparcial que pueda.
Pero antes de entrar en discusiones, mejor es que os relate, aunque sea brevemente, cómo veía yo mis vacaciones cuando era niño y adolescente.
¡Aquellas vacaciones de mi infancia sí que eran largas! Recuerdo que comenzaban sobre el 22 de Junio, porque del 23 al 29 se celebraban las fiestas de San Juan, patrono de mi pueblo. Se comenzaba el curso a finales de Septiembre, dado que en la última semana de este mes tenía lugar la Feria de Ganado, de gran interés por aquellos tiempos, en dónde se compraba y vendía toda clase de animales. A mi me gustaba asistir –como “oyente”, claro- a los tratos entre comprador y vendedor, asistidos siempre por un corredor. El “tira y afloja” podía durar horas, incluyendo en el mismo toda serie de pruebas al pobre animal, al que se le abría la boca para averiguar su edad, se le examinaba su cuerpo en busca de posibles “mataúras”, es decir, úlceras o heridas cicatrizadas, pruebas de resistencia, carrera, etc… dependiendo del tipo de animal. Lo curioso es que el trato se cerraba dándose la mano, una vez acordado precio y condiciones. Tal acto era suficiente y no se necesitaba de ninguna firma más.
Pero volvamos al tema: si habéis sacado la cuenta eran ¡tres meses de vacaciones de verano!
En la edad escolar, o enseñanza primaria, que era obligatoria hasta los catorce años, no existían repeticiones de curso, ni recuperaciones, ni nada que se le pareciera… Eso sí, existían maestros que daban clases particulares para aquellos alumnos que lo requirieran, bien para “que no se le olvidara lo aprendido, bien para mejorar sus estudios, o bien –como solían decir algunos padres- para que no estuvieran en la calle apedreando perros”. Estas clases tenían lugar a primeras horas de la mañana, porque entrado el día, no había quien aguantara el calor de mi tierra…
Y el resto del día, ¿en que solíamos emplearlo? ¡Uy, te sorprendería la cantidad de “actividades extraescolares” que desarrollábamos:
-Búsqueda de nidos por los olivares y huertas.
-Baños en las albercas de algún familiar o conocido. En ocasiones se “asaltaban” sin previo permiso, exponiéndose a la ira de los propietarios, si te pillaban.
-Formación de pandillas –tengo que decir que la droga más dura era la gaseosa- que solíamos competir entre sí, en los campos recién segados de trigo, “a terronazo limpio”…
-Juegos en las plazas, con trompas, bolas –canicas-, saltadores, uno y mil juegos que tenían su “época” … bueno, el pueblo era un hervidero infantil, en dónde los mayores se refugiaban en los portales de las casas, con las cortinas echadas, regados con el agua fresca de algún pozo… Los tres meses se nos hacían cortos, te lo aseguro.
Venga, otro día te cuento más de mi época de adolescente…

martes, 10 de marzo de 2009

LA ENSEÑANZA DE ADULTOS






Un comentario a una de mis entradas me ha llevado a consultar un libro de mi biblioteca. Cuando ya lo iba a depositar de nuevo en su lugar, he advertido que se trataba de un libro que me habían regaldo. Curioseando en la dedicatoria me ha venido a la memoria otra de las facetas de mi labor educativa: la enseñanza de adultos.
Hace ya muchos años, existían clases de adultos para aquellas personas que necesitaban bien alfabetizarse o bien completar los estudios que en su día, y por las causas que fueren, no pudieron concluir. En mis primeros años de profesión abundaron más los primeros ya que eran muchos los analfabetos existentes en nuestro país, a causa de los años difíciles que nos tocó vivir.

Date cuenta, querido amigo, de la fe de estos hombres y mujeres que, después de una larga jornada de trabajo en el campo, iban a la escuela, muchas veces imponiéndose a la vergüenza de reconocer su ignorancia. Te digo que esta labor fue de lo más gratificante pues no hay mejor premio para el que trabaja que el ver el fruto de su esfuerzo en los ojos de humildes personas.

Cuando me trasladé a Valencia, pronto me incorporé a la enseñanza de adultos que simultaneaba con mis clases diurnas. Te preguntarás el por qué de tanto trabajar… existía una razón poderosa: un solo sueldo y cinco bocas que alimentar –además de la mía, claro- Pero había una gran diferencia con lo desarrollado anteriormente y es que, habiendo varias clases, con varios profesores, se podían organizar grupos más homogéneos. Uno de ellos era el de las personas que deseaban obtener el Título de Graduado Escolar. Os podía contar cientos de anécdotas. Si las de los niños son magníficas por su propia inocencia, las de los mayores lo son aún doblemente porque, a la sencillez, unen una gran humildad.

Recuerdo que una de las asignaturas que yo impartí fue la del idioma Francés. Uno de mis alumnos, conductor de autobús, además de guardia municipal y no sé cuantos empleos más –debería tener el doble de hijos que yo- tuvo que hacer un servicio a París, en donde el equipo de fútbol del Valencia tenía que disputar la final de Recopa de Europa- creo-. A la vuelta, al regresar a clase, entre risas y bromas, me dijo con una socarronería propia del valenciano: “Don Pedro: no he podido hacerme entender por los franceses. Lo que he aprendido en clase no se parece en nada a lo que usted nos enseña aquí. ¡Menos mal que el idioma de los signos es universal!” Qué lección del alumno al maestro, aunque he de confesar en mi defensa que los medios y horario que disponía para mi trabajo eran más bien escasos.
Termino. En fotos tienes la portada del libro y las dedicatorias. Te dejo que seas tú el que interpretes el valor de las mismas. A mi me han sonrojado y casi he soltado una lagrimita…



jueves, 5 de marzo de 2009

FUI UN NEGADO PARA LAS MATEMÁTICAS


Fui un negado para las Matemáticas

Desde muy pequeño siempre me han gustado las Ciencias, especialmente las Matemáticas, y he tenido una especial inclinación por la Literatura. De ahí, que mi vida profesional haya sido influida por las primeras y mis aficiones por la segunda. Después de unos años dedicado a la clase unitaria y de primaria, pasé a dar clase en lo que se llamó Segunda Etapa y más recientemente Ciclo Superior. Entre dos o tres profesores, según necesidades, nos hicimos cargo de las Matemáticas y Ciencias Naturales de los nueve cursos –más o menos- que solían formarse en el Colegio.
He de reconocer que durante algún tiempo yo fui “un negado para las Matemáticas”, como tanta gente suele decir al oír el nombre de esta materia. Sí que aprendía en mi etapa primaria las operaciones básicas –las cuatro reglas famosas- , incluso a operar con fracciones, efectuar raíces cuadradas, etc… pero cuando llegaron los problemas -¡nunca mejor dicho-, quiero decir, cuando hubo que profundizar en el Bachiller sobre Teoremas, Leyes, demostraciones, en suma, cuando llegó la abstracción yo patinaba como cualquier hijo de vecino, y se me venía cuesta arriba la comprensión de la materia. Los libros no explicaban mucho, los profesores se limitaban a repetir lo que decían los libros… hasta que tuve la suerte de dar con una profesora que, además de conocer la materia, sabía cómo enseñarla. Fue entonces cuando empecé a amar las Ciencias, en particular, y todas las demás asignaturas en general. Más tarde llegué a la conclusión de que un buen profesor lo es todo; mucho más que el temario, que los planes de enseñanza, que el Ministro de turno… ¿Alguno de vosotros recuerda qué decía el temario en aquellos tiempos? Seguro que no, pero sí que recordaréis cuál fue aquel profesor que os ayudó tanto en tal o cual asignatura.
Como he pasado por tantos planes de estudios puedo asegurar que en ninguno de ellos se ha tenido en cuenta el papel del profesorado. Para mí es fundamental formar a buenos profesores para que éstos formen buenos alumnos; dotarles de los medios necesarios para desarrollar su labor, fomentar la dignidad y el respeto a los mismos, y de ahí, ascendiendo, construir colegios dignos y modernos y dotar a toda la enseñanza de una Ley acorde a las necesidades del país y del tiempo en que vivimos.

lunes, 2 de marzo de 2009

LAS MATEMÁTICAS NO SON EL COCO


Las Matemáticas no son el coco.



Te decía en la entrada anterior que las matemáticas no tienen por qué ser un obstáculo para nadie. Ten en cuenta que “las matemáticas se basan en una estructura del cerebro que es consustancial al género humano. Partiendo de esta evidencia, el niño es perfectamente capaz de entender esta materia y asimilar su lenguaje. Algunos necesitarán más esfuerzo y otros las cogerán más rápido. Lo importante es no desanimarse.”
Todo el mundo tiene capacidad para aprender matemáticas, pero es necesario que los profesores estén bien preparados. Y ahora no lo digo yo, sino Sebastiá Xambó, presidente de la Conferencia de Decanos de Matemáticas. Esta asignatura requiere por parte del alumno, cierta dosis de paciencia y esfuerzo, algo que entra en contradicción con el deseo de inmediatez presente en nuestros días. –dice en otro lugar.
Partiendo de investigaciones psicológicas y didácticas se ha demostrado que los niños de 6 a 12 años necesitan aprender matemáticas a través del juego, de la manipulación sobre los objetos, puesto que se encuentran en una fase eminentemente lúdica de su desarrollo. Es decir, se aprende jugando
Como este blogs no pretende ser ningún tratado de nada, sino meras anécdotas y experiencias en mi vida profesional, paso a contarte, querido amigo algunos de mis recuerdos.
En mi primera escuela ya tomé conciencia de todo lo que te comento. Los padres querían que sus niños supiesen mucho “de números”, que, al menos aprendiesen las “cuatro reglas” –suma, resta, multiplicación y división-. Hasta aquí normal en una sociedad rural que no necesitaba mucho más.
Pronto comencé a notar los primeros malos hábitos: los niños contaban con los dedos, se carecía de cálculo mental, los ejercicios y problemas eran demasiado repetitivos y fuera de la realidad del entorno del niño, las operaciones a que habían sido sometidos eran kilométricas -¿con objeto de que el alumno tardase mucho tiempo en resolverlas y así mantenerlo ocupado?-… Por todo lo cual me dispuse a aplicar algunos conceptos aprendidos en los libros y otros de mi experiencia personal.
1º .- Aplicando la teoría de los bloques lógicos de Dienes que se basan en cuatro cualidades muy próximas a los niños (el color, la forma, la medida y el grosor) y once atributos, se llega, combinándolos de todas las formas posibles, a 48 combinaciones posibles.
2º.- Mediante destrezas y habilidades, los niños adquieren progresivamente sentido numérico, es decir, la capacidad de aplicar buenos razonamientos cuantitativos en contextos reales. Uno de los materiales aconsejados eran las regletas de colores y el ábaco, algo inalcanzable en una escuela rural, por lo que tuve que sustituirlo por cajitas, bolsas de pipas vacías… etc.
3º.- En la formación geométrica utilicé el geoplano y el tangram, construídos por los mismos alumnos, que así, además, se vinculaban con la práctica de la psicomotricidad y de la expresión plástica.
Estas y otras estrategias, fruto de la observación, del estudio y de sus buenos resultados fueron orientando mi afición a las Ciencias. Así que, al estudio de las matemáticas siguió el estudio de las Ciencias Naturales, con la construcción de herbolarios, colecciones de insectos, de minerales, etc… con el objetivo de que el niño experimentase, manipulase, se motivase en la búsqueda de la verdad; intentando que se acostumbrase a preguntar todo lo que no entendiera.