lunes, 1 de diciembre de 2008

LAS VACAS SAGRADAS

Las vacas sagradas

Por primera vez en mi carrera, descontando el curso que estuve en una graduada en Villacarrillo, me encontré con el engranaje de un colegio, con sus órganos colegiados, su equipo directivo, un puñado de compañeros maestros, todos embarcados en la que para mi y para muchísimos ha sido una gran tarea: la formación y educación de los alumnos.
Poco a poco fui descubriendo la grandeza y miseria de una labor que, muchas veces, por la natural condición humana, funciona o no , según el susodicho engranaje esté más o menos engrasado. Pude observar cómo se hablaba de buenos, regulares o malos maestros; cómo se hacían favores o se ponían trabas a unos o a otros; cómo existía la envidia, la arrogancia, el favoritismo, el peloteo, el fariseísmo… Descubrir que no todo el que llevaba el título de maestro lo era realmente fue para mi una gran decepción. Si he de decir, en honor a la verdad, que lo bueno abundaba sobre lo no tan bueno.
En este colegio –puede ser que en muchos por aquella época- cada maestro estaba asignado de antemano a un nivel, en el que se suponía era el especialista, el mejor preparado. Me ocurrió a mi cuando estuve tres años en primero de primaria y me quisieron eternizar en este nivel, porque lo hacía muy bien. Varios compañeros pensamos que era más lógico empezar con unos alumnos –por ejemplo, en primero- y seguir con ellos hasta la terminación de la etapa ( Primaria entonces abarcaba desde primero a quinto), con lo que se aumentaba el conocimiento de los alumnos al tenerlos varios años contigo. Pero este sistema, varias veces propuesto en el Claustro de Profesores, tropezaba con el grupo que denominaban “las vacas sagradas” y que estaba constituido por una serie de profesoras a las que siempre se les asignaban los mejores grupos de cada nivel. Porque, explico, de cada nivel se constituían tres grupos: superior, medio e inferior, seleccionando a los alumnos, a través de notas y comportamiento, y al criterio de la dirección, con lo que “las vacas sagradas” siempre salían beneficiadas, en detrimento del resto de los compañeros. De igual manera sucedía en la Segunda etapa con los cursos sexto, séptimo y octavo.
Te puedes imaginar, querido amigo, que los padres de los alumnos, que no eran tontos, se daban “bofetadas” para que sus hijos cayesen en la línea de las “vacas sagradas”, en la que se incluían los mejores profesores y mejores alumnos. Yo, que estuve a punto de estar incluido en dicho “clan”, -aunque supongo se me catalogaría como “buey sagrado”- junto con varios compañeros luché y llegamos a conseguir encontrar otra fórmula mucho más justa, democrática y útil. Pero esto ya te lo cuento otro día…

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