domingo, 28 de diciembre de 2008

¿CÓMO ERAN LOS BOTELLONES EN MI JUVENTUD?


Para terminar antes, hay que decir que no existía esa necesidad. En los pueblos la juventud se conocía sin ser obligadas las reuniones de fin de semana, ni nada por el estilo. Los jóvenes habían asistido al mismo colegio, vivían a diario el contacto, al menos “visual”, en los paseos de la calle mayor, participaban en las fiestas populares, de vez en cuando, con motivo de santos o cumpleaños, se organizaban pequeñas fiestas en la casa de algunos, con el permiso y “supervisión” de la familia –eran los típicos “guateques”, que proliferaban más en las ciudades-, etc. El objetivo principal era el de “buscar novia”, que a nadie o casi a nadie, le pasaba por la cabeza el conseguir un “plan”, sino pasárselo divertido, bailar –si te dejaban- y tomar algunos de aquellos refrescos que ya las madres preparaban. ¡Hombre!, algunas trampas se hacían, pero no pasaban de simples anécdotas…

¿Beber,fumar? Una y otra cosa siempre se hacía a escondidas de los mayores, cuya autoridad era casi tanta o más que la de los padres, puesto que éstos siempre se fiaban más de la persona que le contaba alguna “fechoría” de sus hijos que de ellos mismos. La juventud – por lo menos hasta los 18 años- no entraba a los bares entre otras cosas, porque no les iban a servir nada, y menos si era conocido… Y fumar, siempre a escondidas, porque si te veía algún conocido ya se te podías ir preparando al llegar a casa…
Beber o fumar era algo que se conseguía con más o menos libertad con la mayoría de edad. Beber o fumar o ambas cosas, eran signos de hombría, de madurez y, por el contrario, era algo mal visto en las mujeres. Para ellas, fumar era muy poco femenino y la que se atrevía a hacerlo corría el riesgo de que la llamaran “marimacho” o algún calificativo mucho peor, e igual sucedía con la bebida, que debía limitarse al consabido refresco.
La “mayoría” de edad, cuyo punto culminante se establecía al volver de la “mili” –en donde se afirmaba que nos hacíamos hombres-, llevaba a los jóvenes a estabilizarse en un trabajo y formar una familia, con lo que, como puede adivinarse, se acababan las “juergas” y correrías nocturnas, ya que el trabajo y los bebés, no dejaban lugar a ello; también porque estaba mal visto que un casado/a apareciese por algún “sarao”, simplemente para tomar una copita. Y , bueno, de la droga no hablo porque prácticamente no existía, estaba penada, y a nadie se le pasaba por la cabeza ni siquiera probar…la “cultura del porro” llegó con la democracia.
O sea, que la “cultura del botellón” brillaba por su ausencia. ¡Que pena! La de cosas que no aprendimos los de aquellas generaciones. Por ejemplo:
- Nuestro hígado no tuvo ocasión de cargarse de alcohol y la única frase alusiva al tema era: “Hoy he trabajado hasta echar “los higados”.
- Nuestros pulmones no sabían lo que era eso de la nicotina, y podías correr detrás de las perdices, hasta cansarlas, subirte a los árboles en busca de nidos, jugar dos o tres partidos de fútbol al día…
- Para “alucinar”, pues tenías en el cine a Brigitte Bardot, Sofía Loren, Silvana Mangano, Rita Hayworth… De verdad, se te ponían los ojos como platos, y sin un humo… plenamente consciente.
- No teníamos “móvil” pero había que “moverse” bastante para pasar los msg´s. “¡Oye, avisa a los de la panda que esta tarde a las cuatro nos vemos en el “Peñón de la Zorra”! (Lugar geográfíco de mi pueblo, testigo de numerosas aventuras – no confundir con el sinónimo figurado de “zorra”-)
- No teníamos “pasta”, pero seguro que entre los de la panda nos daba para reunir unas pesetillas para medio litro de vino peleón y un puñado de abellanas… o, en algunas ocasiones, para una gaseosa de litro, de la que un amigo mío decía: “¡No emborracha, pero te riza el pelo!”
Bueno, bueno… la verdad es que eran otros tiempos y ya sabes, querido amigo, que no me gusta comparar. Lo que sí me gustaría es que, entre todos, y si tú me ayudas, podamos analizar un poco este fenómeno del botellón y las consecuencias educativas que podamos extraer. Cuento contigo para un próximo capítulo… Un abrazo, Pedro.

lunes, 22 de diciembre de 2008


El Gordo y el Flaco
Supongo, querido amigo, que te has leído la entrada anterior referente al alumno superdotado. No tiene desperdicio. Pero ya sabes que yo prefiero explicarte las cosas a ras de suelo, con mis experiencias, mis anécdotas… Ciertamente uno no se encuentra a un superdotado “de película” cada dos por tres. Mozart, Newtom, Madame Curie, Einstein… no son casos que se dan frecuentemente, pero si es cierto y comprobado que un 2% de la población tiene un coeficiente intelectual superior a 130, lo que nos hace encontrarnos a los educadores con algunos de estos “cerebritos” con bastante frecuencia. ¿Y existen medios para tratar debidamente a estos niños? “Haberlos, háylos”, pero no al alcance del sistema. Desgraciadamente, la LOE actual y los anteriores sistemas han dado en “igualar” a los alumnos “por abajo”, incluso con una profusión de medios para aquéllos que están muy por debajo de la media, e ignorando –con todas sus letras- a los que también necesitan una “educación especial” porque, si ésta no se lleva a cabo, se perderán muchas mentes privilegiadas que podrían ser muy útiles para la sociedad. En este sentido, como profesional, lo he visto y comprobado en muchos de mis alumnos, que, bien por la desidia de los padres, bien porque no han tenido a mano el apoyo del sistema educativo, han echado a perder sus más preciadas expectativas de futuro.
Vienen ahora a mi mente dos alumnos –de los que dejan huella-, que casi corrobora todo lo que te he expuesto anteriormente. Roy era un alumno delgadito, que se empleaba con verdadera afición a la resolución en la clase de los ejercicios diarios. Dada su inteligencia, terminaba el primero y con vehemencia pedía la corrección de los mismos. En unos casos porque, terminado el trabajo, se aburría; en otros, porque le gustaba mostrar su superioridad ante los demás, a los que, con frecuencia solía ridiculizar. Era muy poco compañero y presumía de autosuficiente, hasta el punto que ni a mí mismo me escuchaba cuando la mayoría de las veces, aún admitiendo que sus ejercicios estaban bien resueltos en su resultado final, adolecían de algunos defectos, como limpieza, presentación, y lo que es más, el haber utilizado métodos inadecuados para alcanzar la solución. Nunca pude meterle en la cabeza que una simple ecuación podría resolver un problema, que a él le había costado dos o tres folios de pruebas inútiles, aunque al fin llegaba a dar con el resultado. Le llamaba cariñosamente “mi tortuguita” para contrarrestar su rapidez mental. Siempre le tenía preparados ejercicios de ampliación, para que no se aburriese, pero el muy “puñetero” no había forma de meterle un solo método de trabajo.
Era un fenómeno en Matemáticas y un desastre en lo demás. Así que no tuve más remedio que seleccionarlo para que se presentase a un certamen nacional de Matemáticas, que realiza anualmente una institución valenciana. Mi tortuguita iba a recibir una lección, que nunca olvidaría

Roy se presentó al Certamen de Matemáticas. Con lo desastre que era para la presentación de los trabajos, yo esperaba que a la primera de cambio lo echaran para atrás. Pero ¡que va!. Pasó sin problemas la primera fase y ya quedó seleccionado para optar a la fase nacional. La prueba siguiente se realizaría al cabo de un mes, con lo que dediqué una hora extraescolar para tratar de mejorar la presentación de sus trabajos y seguir insistiendo sobre los métodos de cálculo, que él hacía mentalmente o con lo que se ha venido en llamar “la cuenta de la vieja”. Sólo le faltaba al bribón –con cariño- contar con los dedos…
Llegó el día de la prueba y,¡oh casualidad!, tuvo que resolver un problema cuyas protagonistas eran dos tortugas. Un simple problema de móviles, que se resuelven con una sencilla ecuación de primer grado. Pero mi “tortuguita”, erre con erre, siguió con su cuenta de la vieja y echó todo el tiempo en este problema, dejando los otros cuatro sin resolver, por falta de tiempo. Ya en clase, y una vez le demostré que la ciencia está para algo, se convenció y adoptó una postura más humilde. Le dije: “Roy, no sólo hay que saber, sino llevar el camino adecuado para llegar a la sabiduria. En caso contrario, muchas veces te verás tirado en la cuneta.”
El caso del “gordo” era casi la antítesis de Roy. Su anatomía pícnica, su carácter afable, su manifiesta humildad, hacían de Ruy una persona encantadora. A veces te sentías ante él como ante un oso de peluche voluminoso al que dan ganas de abrazar. Quería a todos y se hacía querer por todos. Procedía de una familia muy humilde y de posición económica bastante precaria, por lo que siempre había que estar ayudándole con los libros de texto y resto del material.
No sólo destacaba por su inteligencia, sino, sobre todo, por su capacidad de trabajo. A diferencia de Roy, no sólo se le daban bien las ciencias sino todas las demás asignaturas. Incluso quería sacar sobresaliente en alguna que, dada su constitución física, era imposible que lo consiguiera. Me refiero a la Educación Física. Nunca se negaba a hacer ningún ejercicio, a pesar de que yo le dispensara de ello. Lo peor era el salto del plinto, del caballo… ¿Que no podía saltarlos? Pues se estrellaba contra ellos y se los llevaba por delante… pero no se arredraba por ello, siempre quería repetir…
Estuve en casa de Ruy. En su habitación apenas cabía su cama y una mesita, y en ella le instalé un viejo ordenador que ya no necesitaba y que le regalé… Uno de esos ordenadores que había que cargar el sistema con un disco blando de 5 ¼, y seguir cargando el resto de programas de la misma manera. Ruy se aficionó a la informática y realizaba sus trabajos con un pulcritud envidiable, y que yo tenía que sacarle después por mi impresora.
Muchos años después he visto a mi “gordo” bien colocado en la Administración, feliz y agradecido. Sólo me permití sugerirle un consejo: “Ruy, más tarde o más temprano, las personas honradas y trabajadoras como tú, acaban por triunfar”
Ruy y Roy, el “gordo y el flaco”, casos para reir o llorar… Así es la vida.

jueves, 18 de diciembre de 2008

PROFE, ¿ME DAS UN CIGARRILLO?


Profe, ¿me das un cigarrillo?

Un buen maestro, querido amigo, debe conocer, en primer lugar, la tipología de su alumnado. Es más, debe conocer a sus alumnos uno por uno, con todas sus virtudes y sus defectos, lo que se logra con una observación intensa a lo largo de todo el curso, de toda la escolaridad… Por esto es importante la labor de un buen tutor que se extienda a lo largo de más de un curso y que deje constancia de sus observaciones en el registro acumulativo del alumno, que no debe dedicarse solamente a recoger datos personales y académicos, sino también a todas aquellas observaciones psicológicas de su personalidad.
Con carácter general podíamos establecer una tipología básica del alumnado en: superdotados, normales, infradotados o bien caracteriológicamente en : alumnos difíciles, problemáticos, tímidos, espontáneos, irreflexivos, pasivos, hiperactivos, etc, etc… Casi se podría decir que cada alumno es único y que tiene alguna característica que nos llevaría a encasillarlo en alguna de las anteriores clasificaciones, pero al mismo tiempo tiene otras facetas que hay que examinar con detenimiento para darle el tratamiento adecuado.
A lo largo de mi extensa carrera en la educación puedo decir que he visto de todo, pero como mejor se explica y se entiende un problema es descendiendo al terreno práctico, por lo que me propongo exponerte en los próximos capítulos varios ejemplos reales y la manera que tuve de hacerles frente.
Empezaré por un caso extremo: el de un alumno totalmente negado a trabajar en clase, dedicado a molestar tanto a sus compañeros como a los distintos profesores que le atendíamos.
Ray -le nombro así para ocultar su nombre- era un chico bastante agraciado físicamente, con un retraso más que notable en su escolaridad, fruto seguro del abandono anterior al no haber encontrado el resorte que le hiciera reaccionar para avanzar en su aprendizaje, que le llevaba a aburrirse en clase pues era incapaz de seguir el ritmo, al carecer de base. Los distintos profesores trataban de buscarle ejercicios adecuados a su nivel educativo, pero esto le sublevaba aún más, ya que se veía realizando ejercicios de niños muy pequeños, cuando él se consideraba “todo un hombre”. Aquello era una humillación para su ego…El resultado fue que aumentó su ostracismo y su agresividad.
Reunidos los profesores de nivel decidimos hacerle una ficha de seguimiento que consistía en cada uno de nosotros valorara su trabajo y conducta en su hora de clase. Esta ficha se mostraría a los padres una vez por semana, o cuando se estimara conveniente. No dio resultado…así que tuve que hablar con sus padres para tratar de averiguar qué podría motivar a su hijo para que hiciera algo en clase. Aparte de que descubrí que Ray tenía un padre aficiones “etílicas” y una madre que estaba todo el día fuera de casa -supongo que trabajando, lo que ya me daba algunas razones para comprender la actitud del niño-, pude averiguar que le encantaba dibujar, sobre todo dibujos animados.
Bien, ya tenía por dónde empezar, por lo que propuse a Ray que su trabajo, de ahora en adelante sería hacerme ese tipo de trabajos. Recuerdo que me hizo un cómic y también una animación de un hombre encendiendo un cigarro. Fue un buen comienzo, su conducta empezó a mejorar, pero todavía seguía dando problemas, así que se me ocurrió ofrecerle cien pesetas por cada día que me presentara su ficha de seguimiento sin una nota negativa, y que le restaría también la misma cantidad por día que no lo consiguieraa. Cual fue mi sorpresa cuando al final de cada semana tenía que desembolsar, la mayoría de las veces, quinientas pesetas “del ala”. Resultado, la conducta mejoró, Ray empezó a hacer trabajos que antes no le gustaban, y el estado general de la clase mejoró también notablemente. Pero claro, mi bolsillo cada día estaba más débil…
Mi siguiente paso fue llamar a los padres. Acudió solamente la madre –o como se va a llamar ahora “el progenitor B”- a la que di cuenta de la mejoría tan notable en la conducta de su hijo y cómo se había producido. Mi idea era que la familia se hiciera cargo de este “incentivo” pues yo ya había hecho bastante…Si no podían, que buscasen otro que le ilusionase. Desgraciadamente, el resultado fue negativo. La madre se hizo la loca, como si no se enterara y no colaboró…aunque el fruto no se perdió. Hablé con Ray, con el que ya me unía una buena amistad, y no sólo me comprendió sino que me prometió seguir esforzándose en el trabajo.
Diré que Ray ya había cumplido los catorce años, por lo que era casi todo un hombrecito. Y claro, cuando tuvo más confianza conmigo, un día, al salir de clase, me sorprendió con esta petición: “Profe, ¿me das un cigarrillo?” ¿¿¿¿????¡¡¡¡¡!!!!!

miércoles, 17 de diciembre de 2008


En todas partes cuecen habas

Pues aquí me tienes, querido amigo, convertido en un flamante director de un colegio de tres líneas, cargo que a cualquiera le puede parecer más que honorífico y del cual se podría uno sentir orgulloso, aunque visto desde dentro y en toda su dimensión no es todo lo gratificante que a primera vista pudiera parecer.
Acepté el cargo porque creí que estando en un nivel superior influiría más en el desarrollo de la educación, al tener, supuestamente bajo mi tutela, a profesores, padres y alumnos, al par que verme inmerso en otros sectores de la sociedad como Ayuntamiento, asociaciones, etc…
Siempre he considerado que mi trabajo tenía más de una dimensión, que no era sólo la económica y material, la que te proporciona un salario con el que vivir y permitir sacar adelante a una familia. También contemplaba la función social que comporta un trabajo bien hecho que coadyuva al perfeccionamiento de tu entorno. En un escalón superior, colaborar en la resolución de problemas de marginación, ayuda a familias con problemas, organización de cursillos para padres, etc, etc. En fin, un panorama lo bastante amplio como para poner toda la ilusión del mundo.
Llegué a la dirección con una experiencia “burocrática” si se quiere muy elemental, pues una escuela unitaria –en la que estuve nueve años- es como un colegio en pequeño, de modo que “el papeleo” ya me era conocido. He de decir que los tres primeros años de director tuve que hacerme el trabajo solito, pues todavía no existían los cargos de secretario, ni jefe de estudios, con lo que el trabajo se multiplicaba extraordinariamente. Muchos días llegaba de noche a mi casa, trabajaba sábados y algunos domingos, en vacaciones, etc… Tanto así que mi esposa, con un poquito de ironía, solía repetirme: “¡Niño!, ¿es que vas a heredar el colegio?” Llegaba temprano al colegio, me iba tarde, con lo que la portera del centro, también a veces me soltaba:”¿Es que ha dormido aquí?, ya sólo le falta la cama…” En resumen, trabajé bastante por el colegio, aunque no se me reconociera del todo por parte de algunos. Aunque eso, ya se sabe, pasa en todos los sitios… “En todas partes cuecen habas, y en mi casa a calderadas”, como dice el refrán.

domingo, 14 de diciembre de 2008

HÁBLALES DEL AMOR


Háblales del amor

Cuando se introdujo en el curriculum la hora obligatoria de “tutoría” hubo bastante desconcierto de cómo utilizar este espacio semanal, ya que las orientaciones eran bastante confusas al respecto. Cada maestrillo decidió aplicar su librillo y no me voy a poner ahora a analizarlo. Quiero contarte para lo que yo aproveché este espacio. Pero antes te recuerdo que yo, y muchos como yo, entendíamos la tutoría como un contacto personal e individual con los alumnos para resolver sus problemas, tratar de aconsejar, reconducir, hacer ver, etc…
Sin abandonar esta práctica, que considero imprescindible para toda educador que se precie, puse en marcha algunas ideas en aquella hora de clase semanal, con alumnos de mi tutoría. Una de ellas fue la de colocar en el aula una caja, a la que denominamos “Buzón de preguntas”. Durante la semana, los alumnos las iban depositando ahí, esperando a que fuesen abiertas, resueltas y discutidas en la hora de tutoría. Hasta que se acostumbraron a tomarse esta actividad en serio, no veas la cantidad de burradas que me ponían en aquellas notitas… es fácil imaginar en niños preadolescentes, algunos ya no tanto, que creían que el profe nunca se atrevería a leer ni siquiera su contenido. Desde el primer momento no me negué a ello, aún a sabiendas de que algunos buscaban la provocación y el consiguiente alboroto o “escándalo”. Con valentía, sin eludir ningún tema, por escabroso que fuera, pero dándole siempre un enfoque positivo, humano y racional fui contestando una a una cada pregunta, hasta conseguir vencer aquellas maliciosas trampas que me tendían, procurando orientar cada respuesta hacia su justa interpretación.
De esta manera, fueron saliendo temas como el aborto, el control de natalidad, la relaciones prematrimoniales, los anticonceptivos, el noviazgo,…como temas más llamativos para ellos, para ir derivando más adelante en temas un poco más selectivos, como el matrimonio, la fidelidad conyugal, el divorcio, los hijos, la educación…
Aquella hora era esperada con ansiedad por los alumnos, cuya actitud era cada vez más seria y positiva, planteando problemas que les eran mucho más cercanos, más propios, más íntimos… Siempre les recomendaba que hablasen en tercera persona y que, si un problema se les hacía difícil plantearlo ante la clase, que lo hablasen conmigo en particular.
Recuerdo que en una ocasión una niña y un niño- doce y trece años- me pidieron una entrevista. En ella me plantearon que se habían prometido, que eran novios. No mostré ninguna sorpresa ni mucho menos me sonreí, hablándoles de la importancia del noviazgo, como conocimiento previo de las personas, de la necesidad de un respeto mutuo, del valor que tiene el amor humano entendido como afecto hacia la persona a la que quieres unirte para compartir tu vida, que ha de ser padre/madre de tus hijos, etc… También les insistí en que su “aventura” –sin despreciar lo que en aquel momento sentían- era algo normal en los chicos de su edad y que, posiblemente aquello no dejaría de ser al poco tiempo un espejismo… Pasó el tiempo, el curso, otro más… y aquellos chicos seguían cumpliendo su compromiso, les veía felices e ilusionados… Al cabo de tres o cuatro años, una moto con una pareja se paró a mi lado y , casi al unísono, me dijeron, con gran alegría: “¡Don Pedro, todavía seguimos !”. Les felicité y volví a animarles para que siguieran queriéndose pero con ese respeto y fidelidad que siempre les aconsejé.
Años más tarde tuve la ocasión y el gozo de conocer a su primer hijo, teniendo que oírme de nuevo la coletilla de siempre: “Todavía seguimos, Don Pedro”…

miércoles, 10 de diciembre de 2008

EL VALOR DE LA SONRISA


El valor de la sonrisa

Tendrías que ser muy mayor, querido amigo, para recordar una serie de los primeros años de TVE. Se titulaba “Siempre alegres”, dirigida y presentada por Jesús Urteaga. La acción transcurría en una clase de alumnos,que servía de motivo para desarrollar, cada semana, un tema relacionado con virtudes humanas. La fortaleza, la sinceridad, el compañerismo, la honradez, etc… y, como una luz que iluminaba todo, la alegría. Por eso, el lema del programa era “Siempre alegres para hacer felices a los demás”. En mis años de adolescente, casi hice un lema de aquella frase y empecé a aplicarla a mi vida, a mi entorno, mis amigos, mi familia, mi trabajo. Pensé que sonreír no costaba trabajo y sin embargo producía en mi y en los demás notables efectos.
Si te acercas a un bebé desconocido con una sonrisa en los labios casi seguro que te recibirá con otra sonrisa aún más generosa. Igual sucede ante cualquier persona, a la que saludas con tu sonrisa, tanto en la vida social, como en tu trabajo, porque tu alegría casi es un arma que te va abriendo camino, que te rompe el hielo en los demás, que les da confianza… Así sucede con los hijos, con los alumnos. Esta convicción me ha allanado muchos caminos tortuosos, difíciles, a veces inaccesibles… porque muchos alumnos estaban como estigmatizados por la violencia, por el castigo, por los modos serios y represivos. Me producía una gran pena cuando al acercarme por primera vez a algún alumno recien llegado, me inclinaba ante él con un gesto amable y su reacción primera, ante mi proximidad, era protegerse la cara con sus manos, como si yo fuera a pegarle. ¡Dios mío! –pensaba-, ¡cuántos palos habrá recibido el pobre muchacho!, a veces, desgraciadamente, de los propios padres, pues ese gesto lo repetía ante ellos en alguna entrevista.
Hay que saber sonreír, sobre todo ante los chicos, para que vean que en la vida,en el trabajo diario, no hay que poner “cara de perro” para hacer las cosas bien, que son más llevaderas cuando se hacen con alegría, que no quiere decir alegremente… Igual en las cosas divertidas que en las serias. Por ejemplo, después de una regañina, de una trastada, el efecto de la moderación y de la sonrisa es de gran efectividad: rompe la tensión, relaja los ánimos, incluso conculca una cierta complicidad… ¡Qué pena! ¡Cuantas veces he oído a un chico, ante un padre que ha venido a protestar airado la misma frase! :”Padre,por favor, no te pongas nervioso”. Sonreír es decirle a alguien que estás aquí, que estás con él, que le importas, que lo quieres… que su problema es también tuyo, y que quieres ayudarle.
Tenía yo la costumbre de ir cantando al subir las escaleras del colegio, por los pasillos, siempre, claro está, que no tuviera una obligación en que esto no me fuera posible… y más de un alumno me pregutaba: “¿ Profe, y usted por qué canta siempre?” A lo que yo, invariablemente, contestaba: “Porque a final de mes me pagan lo mismo”.

lunes, 8 de diciembre de 2008

EL EQUIPO A



El equipo A

Confieso que hace ya años que no sé nada de la marcha de la enseñanza en España, si no es por lo que leo, o por lo que me comentan algunos compañeros y mis propios hijos, pues tengo tres dedicados a la enseñanza. Y un yerno. Pero a mi no me gusta hablar de lo que no conozco de primera mano, así que te diré, querido amigo, mis impresiones en los últimos años de mi vida profesional.
Creo que en algún blog anterior te he hablado sobre ésto, sí, por lo que hoy nos lo vamos a tomar un poco medio en broma contándote alguna anécdota con la que te puedes reír, pero no te aconsejo que la analices mucho, pues podrías llorar de pena y de rabia.
Era mi costumbre – ya aprendida de mis maestros y aconsejada en todos los manuales de pedagogía- hacer gratas las áridas lecciones de Matemáticas o de Ciencias, contando alguna historia, enlazando con temas de otras asignaturas, etc. para mantener la atención de los alumnos sin que se me durmieran. En una ocasión, explicando un tema de “los minerales”, me vino a la memoria que yo había estado muy cerca de las minas de Linares, con plomo y plata, y que además contaba con el comercio fluvial de la ciudad de Cástulo, de la que ya te hablé en mi blog anterior “los puchericos”. Aquella ciudad fue poblada por antiguos hispanos, godos, fenicios, romanos…llegando a contar con una población – se dice – de 200.000 habitantes. Quise entonces hacer un descansillo en el tema de los minerales, sus propiedades, etc, para recordar un poco de la historia de la época cartaginesa y romana. Se da la circunstancia de que Aníbal, el gran general cartaginés que tantas batallas ganó a los romanos, en su paso hacia Italia, estuvo en Cástulo, en dónde no sólo reclutó 20.000 soldados para esa campaña, sino que también casó con una princesa llamada Himilce. Pues bien, antes de recordarles toda historia, hice a los alumnos una sencilla pregunta, para entrar en el tema…
-A ver, chicos. ¿Alguno sabe quién fue Aníbal?
Hubo casi un general encoger de hombros hasta que un valiente, muy ilusionado con saber la respuesta, dijo efusivamente:
-¡¡ Yo lo sé, maestro!!
- Pues venga, dilo y cuéntanos lo que sepas…
- Mire usted. Anibal es el jefe del Equipo A. Yo veo siempre esa serie en Televisión. ¡Es muy buena!
Y yo, para no dejar en mal lugar a aquel chico, dije que el Aníbal al que me refería era tan antiguo que no existía la televisión. Ni siquiera los autobuses, pues para ir a Italia, tuvo que trasladarse en elefantes…

jueves, 4 de diciembre de 2008

ALUMNOS QUE DEJAN HUELLA


Alumnos que dejan huella

No hay dos alumnos repetidos, como no existen dos almas iguales. Por eso no puedo hablar en general y, aunque no diga su nombre, tengo que referirme a alguien en concreto, alguien que ha dejado huella, que será inolvidable, irrepetible… pero que fijó en mi una serie de buenas sensaciones que llegaron a sentirme, a veces, como alumno del alumno, a aprender de él una serie de cosas, de virtudes, que tenía olvidadas o carecía de ellas. Y en mi interior me sentía y me sentiré agradecido por haberme encontrado con estos alumnos de valores fuera de serie. A los grandes maestros se les mide por su labor al frente de los alumnos difíciles, por triunfar en dónde todos han fracasado, pero también ante los superdotados, no solo en inteligencia, sino en valores humanos… Quizá ante éstos sea más difícil la labor pues, en muchas ocasiones, tienes que ser humilde y reconocer que, en aspectos puntuales, te han dado una soberana lección.
La lista podría ser muy larga y posiblemente me dejaría a muchos en el tintero, por lo que hoy, querido amigo, quisiera contarte algo de María. Es un nombre ficticio, existen miles y miles de Marías, pero como aquélla… ninguna.
Conocí a María en los primeros cursos de la ESO y bien entrado ya el curso escolar, cuando fui descubriendo a aquel grupo, tanto por el contacto personal diario, como por los distintos controles y pruebas que tenemos por costumbre realizar. María era una de las alumnas que, en mis notas de evaluación continua, iba apareciendo como una alumna excepcional, aunque tenía que hacer esfuerzos para reconocerla físicamente, ya que su figura no había entrado todavía en mi retina, seguramente por ese afán suyo de pasar desapercibida. Ocupaba los últimos lugares del aula, siempre silenciosa y muy atenta a su trabajo. Si tenía que pedir algo a un compañero, lo hacía de forma imperceptible, con una delicadeza impropia de su edad. Poco a poco “nos” fuimos conociendo y, cuando ella tomó confianza en mí para participar más en las clases, fui tomando conciencia de sus valores.
Yo tenía la costumbre de hacer participar mucho a los alumnos, procurando que ellos fueran verdaderos protagonistas, y, en el repaso diario de ejercicios y problemas, procuraba que la mayor parte de las correcciones partieran de ellos mismos. María nunca lo hacía, pero yo veía en su cara una expresión de satisfacción cuando comprobaba que sus ejercicios estaban bien. Hasta que un día noté que aquellos gestos eran más bien de disgusto, de desaprobación… Me acerqué a ella y le pregunté: “Qué ocurre, María, ¿no estás de acuerdo con la solución?” Y ella, con una vocecita imperceptible para los demás, y una dulzura impropia de su edad, me dijo: “Es que, don Pedro, a mi me sale otra cosa”. Revisé el ejercicio y comprobé que, efectivamente, llevaba razón. Le pedí perdón y después reconocí ante todos los alumnos que me había equivocado, diciéndoles que si , en algún momento creían que el maestro se equivocaba, debían decirlo sin miedo, que los maestros también se equivocan y, en mi caso, dado mi habitual despiste mucho más… Desde aquel momento, María y yo nos compenetrábamos a la perfección. Si se le “atragantaba” un problema, levantaba la mano sin decir nada, hasta que yo la veía, me acercaba a su sitio y le resolvía su duda. Cuando yo explicaba en la pizarra, o resolvía ejercicios, María esbozaba su sonrisa de aprobación, o me levantaba las cejas como signo de desacuerdo.Las maneras y modos de esta alumna lograron enseñarme que no hace falta gritar ni para enseñar, ni para aprender. A veces, basta simplemente una mirada.

martes, 2 de diciembre de 2008

LOS PUCHERICOS


Los puchericos

Una de las actividades que me esperaban en mi nuevo y definitivo destino fue la de las excursiones extraescolares. Al principio de curso, en la Memoria, se especificaban por cada ciclo, las actividades a realizar, que debían aprobarse por el Consejo Escolar. Ahí entraban visitas a museos, asistencia a teatros, visita de ciudades monumentales, turísticas, centros de formación como granjas-escuela, etc… e, inevitablemente, se tenía que programar el destino del viaje de Fin de Escolaridad del Octavo Nivel, como despedida de los alumnos que pasarían al Instituto o a la Formación Profesional.
El objetivo de estas actividades era exclusivamente formativo, con el objetivo claramente definido de que el alumnado tomase conciencia de la realidad circundante y también que aprendiese “in situ” las costumbres, historia y geografía, etc.… que se le enseñaba en clase. Normalmente las visitas eran de mediodía o de un día. Casi obligado, todos los años se visitaba la fábrica de “Galletas Río”, ubicada en la misma localidad; la planta potabilizadora de “Aguas de Valencia”, también sita dentro del término; la fábrica de la Coca-Cola; la asistencia a los distintos teatros que al efecto organizaba la Generalitat Valenciana, etc. etc.
El viaje de Octavo ya era otro cantar, pues su duración se extendía a una semana y los destinos mucho más lejanos. Al principio de curso se daba a elegir a los alumnos el destino, que en los años en los que estuve a cargo de este nivel siempre me elegían Mallorca. De modo que llegué a aprenderme esta isla como la palma de la mano. Ellos, los alumnos, lo pasaban muy bien, puesto que para muchos, era la primera vez que estaban fuera del hogar, fuera de la presencia de sus padres, y tenían unas ansias de “libertad” que daba miedo…Para los profesores acompañantes, - dos o tres, según el número- eran unos días muy intensos, pues teníamos que multiplicarnos, tanto para la organización y cumplimiento de los objetivos culturales previstos, como para que no se nos “desmandase” el “ganao” cuando se relajaban, al llegar al hotel… Yo tenía una compañera, que normalmente formaba parte de mi equipo, que tenía una norma y que poníamos en práctica en cada viaje: la de tener una jornada tan apretada e intensa durante el día, que para la noche los alumnos estuvieran rendidos y lo que le apeteciese fuera la cama más que otra cosa.
Y al relatarte esto, querido amigo, me ha venido a la memoria mis “excursiones” en la escuela unitaria en la que empecé a ejercer… Me llamaba la atención que aquellos niños me dijesen con frecuencia: “Maestro,¿por qué no vamos de excursión al campo?” Yo me extrañaba, pues estábamos en pleno campo, así que invariablemente yo contestaba: “No necesitamos esa excursión, porque ya estamos en el campo”… Pero un día me cambiaron la cantinela por esta otra: “Maestro, ¿por qué no vamos a buscar “puchericos”? “. Me intrigó esta propuesta y traté de indagar qué eran los dichosos “puchericos”, sin conseguir una respuesta lógica, seguramente porque aquellos niños desconocían el alcance de sus hallazgos. De modo que, para averiguarlo, no tuve más remedio que acceder a organizar una pequeña excursión para la “búsqueda y captura de los puchericos”. Después de caminar como una hora, llegamos a la orilla del río Guadalimar –afluente del Guadalquivir- y, en un terraplén cercano, los niños empezaron a escarbar con las manos en él y a sacar trozos de una cerámica, algunos de los cuales eran lo suficientemente grandes para adivinar que se trataban de pequeñas vasijas antiguas.
Me llevé a casa el “botín” y le consulté a un amigo mío, que trabajaba en el Museo Arqueológico de Jaén, por el origen de aquellos restos encontrados y cual sería mi sorpresa cuando me dijo que se trataba de vasijas romanas, elaboradas con la famosa “tierra sigilata”. Más tarde supe que la ciudad de Cástulo, una antigua población que tuvo ya gran importancia en la época prerromana a causa de su posición estratégica –controlaba el acceso al valle del Guadalquivir desde la costa mediterránea, como por la riqueza minera de sus alrededores. Actualmente, las ruinas de Cástulo, muy cercanas al lugar de mi escuela, pueden visitarse desde la ciudad de Linares, término en el que se hallan ubicadas.
Con el tiempo fui observando como, por ejemplo, las “porterias” de fútbol en donde jugaban los chavales eran nada más y nada menos que capiteles romanos, que muchos abrevaderos para los animales, eran sarcófagos romanos… y un largo etcétera que cada día aumentaba mi sorpresa. Pero claro, yo no estaba allí para hacer excavaciones, sino para educar.O sea, que estaba viviendo sobre siglos de historia y yo sin enterarme…Menos mal que aquellos niños me llevaron hasta “los puchericos”…

lunes, 1 de diciembre de 2008

LAS VACAS SAGRADAS

Las vacas sagradas

Por primera vez en mi carrera, descontando el curso que estuve en una graduada en Villacarrillo, me encontré con el engranaje de un colegio, con sus órganos colegiados, su equipo directivo, un puñado de compañeros maestros, todos embarcados en la que para mi y para muchísimos ha sido una gran tarea: la formación y educación de los alumnos.
Poco a poco fui descubriendo la grandeza y miseria de una labor que, muchas veces, por la natural condición humana, funciona o no , según el susodicho engranaje esté más o menos engrasado. Pude observar cómo se hablaba de buenos, regulares o malos maestros; cómo se hacían favores o se ponían trabas a unos o a otros; cómo existía la envidia, la arrogancia, el favoritismo, el peloteo, el fariseísmo… Descubrir que no todo el que llevaba el título de maestro lo era realmente fue para mi una gran decepción. Si he de decir, en honor a la verdad, que lo bueno abundaba sobre lo no tan bueno.
En este colegio –puede ser que en muchos por aquella época- cada maestro estaba asignado de antemano a un nivel, en el que se suponía era el especialista, el mejor preparado. Me ocurrió a mi cuando estuve tres años en primero de primaria y me quisieron eternizar en este nivel, porque lo hacía muy bien. Varios compañeros pensamos que era más lógico empezar con unos alumnos –por ejemplo, en primero- y seguir con ellos hasta la terminación de la etapa ( Primaria entonces abarcaba desde primero a quinto), con lo que se aumentaba el conocimiento de los alumnos al tenerlos varios años contigo. Pero este sistema, varias veces propuesto en el Claustro de Profesores, tropezaba con el grupo que denominaban “las vacas sagradas” y que estaba constituido por una serie de profesoras a las que siempre se les asignaban los mejores grupos de cada nivel. Porque, explico, de cada nivel se constituían tres grupos: superior, medio e inferior, seleccionando a los alumnos, a través de notas y comportamiento, y al criterio de la dirección, con lo que “las vacas sagradas” siempre salían beneficiadas, en detrimento del resto de los compañeros. De igual manera sucedía en la Segunda etapa con los cursos sexto, séptimo y octavo.
Te puedes imaginar, querido amigo, que los padres de los alumnos, que no eran tontos, se daban “bofetadas” para que sus hijos cayesen en la línea de las “vacas sagradas”, en la que se incluían los mejores profesores y mejores alumnos. Yo, que estuve a punto de estar incluido en dicho “clan”, -aunque supongo se me catalogaría como “buey sagrado”- junto con varios compañeros luché y llegamos a conseguir encontrar otra fórmula mucho más justa, democrática y útil. Pero esto ya te lo cuento otro día…