jueves, 13 de noviembre de 2008

Pasas más hambre que un maestro de escuela


“Pasas más hambre que un maestro de escuela”


La vida de un maestro, en cuanto se refería al aspecto material, era más bien precaria, y eso que yo viví una época en la que empezaba a vislumbrarse mejores perspectivas, que tardarían en materializarse todavía algunos años, tras una huelga general del colectivo, impensable en aquélla época… Claro, que había algunos recursos con lo que paliar lo expresado en el consabido refrán de “pasas más hambre que un maestro de escuela”, como lo eran las clases particulares. Recuerdo, cuando pagar aquellas clases no estaba a la altura de casi nadie, en la época en que yo asistía a la escuela, cómo un cajón de la mesa del profesor siempre estaba semiabierto… allí, los alumnos que podían, depositaban cualquier alimento por sencillo y humilde que fuera: castañas, bellotas, frutos diversos, chocolate…huevos, galletas… El maestro hacía como si no se enterara, tal era la vergüenza que sentía de aceptar estas casi limosnas, pero en su casa cualquier cosa era bien recibida. Lo cierto es que la gente, por muy humilde que fuera, era muy generosa incluso desprendiéndose de lo absolutamente necesario, para ayudar a aquellos hombres y mujeres que se desvivían por enseñar a sus niños. A su modo y manera, sabían valorar la educación…
En aquella pequeña aldea cercana a la Sierra de Cazorla existía la costumbre de que, cuando se mataba al cerdo, el maestro recibía un plato que indefectiblemente incluía: un chorizo, una morcilla, un trozo de lomo, y un riñón. Existían días en que se mataban dos o tres cerdos… ¿Te explicas ahora, amigo José María, el colesterol que padezco?.
De todos modos, yo puse siempre todo mi empeño en las clases particulares, creando academias, como había aprendido de mis maestros. Así sacaba un suplemento con el que complementar el exiguo sueldo que me suministraba el Estado.
Siempre que me pongo a pensar en esta época, no suelo rememorar las fatigas económicas “propias” del cargo, pues yo me defendía bastante bien con mis clases. Lo que más me satisface recordar era el respeto y autoridad que la figura del maestro representaba en la sociedad. Lo que uno decía era aceptado y respetado por todos, lo cual significaba que uno había de tener un gran cuidado de que sus juicios fueran acertados. Era necesario, por tanto, tener especial cuidado con el cultivo de tu propia personalidad, ya que eras un espejo en que alumnos y padres solían reflejarse. El maestro debía no sólo ser ejemplar, sino parecerlo, porque ya sabes, mi buen amigo, el alto valor que yo concedo en la educación al ejemplo.
“En la educación de los hijos hay que medir y pesar muy detenidamente nuestro ejemplo, puesto que los hijos son esponjas que se empapan de cuanto dicen, hacen y son los padres.”( De “Pensamientos Pedagógicos”.-Isabel Agüera, escritora y pedagoga)

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