lunes, 3 de noviembre de 2008

Las oposiciones


Nada más llegar de cumplir el servicio militar me puse a preparar las oposiciones de Magisterio, un toro que había que agarrar por los cuernos cuanto antes si quería que se cumpliesen todas las ilusiones, para las que me había preparado a lo largo de tantos años de estudio. Para ello, me trasladé a la capital, Jaén, instalándome en una sencilla pensión o, mejor dicho, casa particular que acogía a estudiantes, y que por un precio asequible les facilitaba alojamiento y comida.
Allí estuvimos mi amigo Andrés y yo, más un chico de Andújar que estudiaba –creo- alguna especialidad de Peritos. Durante unos meses estuvimos conviviendo y llevando una vida entre monacal y espartana, ya que sacábamos más de doce horas de estudio diarias, con las únicas paradas de las comidas, de la asistencia a las clases de la Academia y de las siete horas que dedicábamos al descanso nocturno.
La jornada comenzaba a las siete de la mañana. Después del aseo, estudiábamos hasta las nueve, en que se nos servía el desayuno. Quince o veinte minutos después, de nuevo al estudio hasta las dos de la tarde, hora del almuerzo. Después de éste, una media hora que dedicábamos a tertulia o a jugar a los dados, o simplemente, a reposar. De las tres de la tarde a las cinco, nuevamente a hincar los codos. A las cinco de la tarde nos marchábamos a la academia que regentaban dos de mis viejos maestros: Don Florencio y Don Juan José. El primero se ocupaba de la parte de Ciencias y el segundo de la de Letras. Ambos eran auténticos dominadores de sus materias, hasta el punto de que la Academia Stella gozaba de un merecido prestigio en toda la provincia. Entre las cinco y las ocho se desarrollaban las clases, a cuyo término regresábamos a la pensión para la cena. Terminada ésta, sobre las diez de la noche, seguía nuestro estudio hasta las doce, en que cogíamos la cama con un gusto que ni te cuento…
Así pasó el invierno, la primavera y, en los comienzos del verano, nos enfrentamos a las severas pruebas de la oposición. Un poquito por encima, te explico de lo que iban… Constituía la oposición la realización de tres ejercicios: El primero, escrito, con una parte de Lengua, otra de Matemáticas y Fisica y Química, y un tema libre extraído a sorteo de entre todo el temario. El segundo, oral, delante de un tribunal, y que consistía en desarrollar un tema de Pedagogía de entre tres que obtenías por sorteo. El tercero era el práctico, teniendo que desarrollar un tema, también extraído por sorteo, ante una clase de niños, para demostrar tus dotes de maestro.
Nuestro esfuerzo se vio compensado pues tanto Andrés como yo logramos superar la oposición y ese mismo año, 1965, ambos obtuvimos una plaza para comenzar nuestra profesión de educadores. Así comenzó esta maravillosa aventura de convertirse en maestro de escuela, que pasaré a relatarte en los próximos capítulos. Casi cuarenta años de andadura, ¡ahí es “ná”!

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