domingo, 2 de noviembre de 2008

La Navidad


Nuestra buena amiga, paisana y lectora Estrella López, me pide que hable sobre la Navidad en los años de la postguerra. Lo que cuento a continuación tendría su vigencia, sobre todo, en los años 50 y primeros de los 60. Como escolar, primero, y luego como estudiante estaba ansioso de que llegaran las Navidades no sólo por las vacaciones sino por la serie de acontecimientos que tenían lugar por esas fechas en nuestro pueblo y, supongo, que en muchos otros.
Unos días antes era costumbre salir al campo para recoger musgo para más tarde adornar el belén de la Parroquia, lo que se convertía en una verdadera aventura, pues recorríamos bastante terreno en busca de las “umbrías” en las que creciera esta preciada planta. También aprovechábamos para recolectar piedras, palos secos, raíces, que sirvieran de adorno natural. Salíamos por la mañana y regresábamos a la tarde, llegando al pueblo con las espuertas llenas y presumiendo cada uno de haber recogida las “plastas” más hermosas.
A continuación se plantaba el Belén en la Parroquia, que luego era visitado por casi todo el vecindario, ya que cada año era diferente su elaboración. También en las vísperas se ensayaban los villancicos para luego cantarlos en la Misa del Gallo, que era uno de los actos más multitudinarios del año. Toda la familia se reunía en casa de los padres para celebrar la cena de Navidad. No recuerdo que hubiera muchos manjares y mucho menos el famoso y tradicional pavo, pero sí un buen engordado pollo, con su sopa de picadillo de entrante, e íbamos que chutábamos. Como dulces de postre, aparte de los que cada familia hacía artesanalmente, no faltaban los polvorones, alfajores y frutas escarchadas, que solían acompañarse con una copita de risol o de anis dulce. Como la familia se ponía “alegre” con las copichuelas, todos cantábamos villancicos, hasta caer rendidos de sueño o bien nos echábamos a la calle para cantarlos por las puertas de los familiares y conocidos, quienes nos sacaban a la puerta más dulces y alguna que otra copilla. Es de notar los “instrumentos” con los que se acompañaban los villancicos: la tradicional zanbomba, elaborada artesanalmente sobre una olla de barro, la botella vacía de anís que se frotaba con alguna cuchara u objeto metálico, el cántaro que se golpeaba en la boca con una suela de alpargata, la tapa métalica de algún puchero, etc… Y así hasta el amanecer…
Otro día señalado era el de los Santos Inocentes. Confieso que en nuestra pandilla solíamos preparar este día con muchísimo detalle y, por supuesto, bien en secreto para que la persona que habría de sufrir la broma no se enterase. Recuerdo una inocentada a un amigo seminarista que era bastante “glotón”. Con mucho cuidado fabricamos unos polvorones con arena, que dispusimos en una bandeja y los recubrimos con azúcar glasé. ¡Tenían todo el aspecto de ser originales! Como era costumbre reunirnos después de comer para realizar una tertulia, preparamos la trampa para cuando llegase nuestra víctima. Éste, sin pararse a pensar en el día en que nos encontrábamos, al llegar a la reunión, ni corto ni perezoso se lanzó hacia aquella apetitosa bandeja y se introdujo de una vez uno de los “polvorones”. –“¡Que rico, que rico! Hummmm, qué delicia –decía-“ Los allí presentes empezábamos a dudar, y llegamos a pensar que hubiera tomado un dulce bueno, que alguien los hubiese cambiado, con lo que vaya inocentada más fallida… Pero, súbitamente, una lluvia de arena procedente de la boca de nuestro amigo cayó en nuestras caras, seguida de una tormenta de improperios por la bromita. A partir de este día, siempre miraba y remiraba cualquier dulce antes de comerlo.
En Nochevieja tenía lugar una curiosa tradición. Se llamaba “Los Años” y consistía en que, esa noche, se reunían casi todos los jóvenes solteros del pueblo en una o varias casas -que tradicionalmente lo solían preparar año tras año- con arreglo al siguiente ceremonial. En cuatro pucheros, u otros recipientes, se colocaban los nombres de los chicos solteros, en otro el de la chicas, en el tercero una frase –o “dicho”- que el chico dedicaba a la chica, y en el cuarto, las frases de la chica para el chico. Se extraía una papeleta del primer puchero y a continuación del segundo, formándose así una pareja que, durante ese año entrante, estaba predestinada a “entenderse”. Se sacaba a continuación las frases correspondientes, que eran una delicia por su gracia, y que parecían haber sido preparadas al efecto para los destinatarios. Siempre quedaba al final una sola papeleta en el puchero de las chicas –siempre se colocaba una papeleta de más- y que quedaba “para vestir santos”, es decir, para solterona. Era una velada muy divertida y, como curiosidad, varias de las parejas afortunadas en estos peculiares sorteos llegaban a cuajar en matrimonios.
¿Y el resto de los días? ¿No había bailes, discotecas? Pues no, hija, no. Los bailes estaban censurados aunque te voy a contar que algunas veces se saltaba a la torera esta prohibición. ¿Has oído alguna vez hablar del “baile del candil”? Te cuento. En los cortijos se alojaban los obreros que venían de fuera del pueblo para la recolección de la aceituna. Pues en muchos de ellos se organizaba este peculiar baile para alegrar la vida de esta gente y, por qué no, la de los jóvenes del pueblo. Unas guitarras, bandurrias, etc, componían la orquesta que interpretaba las piezas bailables. Las parejas bailaban castamente en la presencia siempre atenta de las personas mayores, con la única iluminación de uno o dos candiles de aceite… En cierto momento se oía una voz: “¡¡La gorra!!”, y con un certero gorrazo se apagaba el candil, quedándose la estancia a oscuras. ¿Hace falta que te explique lo que sucedía entonces?
En todas las casas se tenía preparada una bandeja con dulces para las visitas. La verdad es que uno acababa por aborrecer tanto polvorón…Por fín , la noche de Reyes es imaginable. Mi caballito de cartón no me faltaba ningún año y alguna que otra bolsa de almendras blancas o garrapiñadas y las cinco pesetas que me regalaba mi padrino. El día siete, todos lucíamos nuestros Reyes por las calles. Por supuesto, en cuanto nos hacíamos mayores, ya no había ni reyes, ni principes, ni Papá Noël, ni nada que se le pareciera… A pasar la mano por la pared… Siento haberme extendido, querida Estrella, y eso que me he dejado un montón de costumbres en el tintero… Hasta mañana.

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