viernes, 7 de noviembre de 2008

En una graduada


En una graduada

Nuevo curso, nuevo pueblo, nuevo colegio. Era y es el destino de los propietarios provisionales. Otra vez a adaptarse a todo tipo de situaciones, a conocer otros alumnos, otros compañeros…
Esta vez pude elegir una plaza en Villacarrillo, una de las ciudades más pobladas de la provincia y de mayor prestigio de la zona. Llegué con mi ilusión intacta a un Colegio Graduado, “Nuestra Señora del Rosario”, y, como suele suceder con el último que llega, me tocó lidiar con lo más “feo” de aquel Centro. Si se me permite seguir utilizando el simil taurino diré que me cayeron en suerte dieciséis “vitorinos” de aúpa. Constituían la clase unos veinte alumno de edades comprendidas entre los 12 y los 14 años que se había formado con los más retrasados y conflictivos de todo el colegio. Un regalito, vamos. Tuve que trazarme rápidamente un plan de actuación –ahora creo que lo llaman “adaptaciòn curricular”- para ver que se podía hacer a fin de sacar el máximo de rendimiento de aquellos chavales, que estaban “pegados” en todo, y que ya, de por sí, se consideraban marginados y con poca autoestima para levantarse de su pobre preparación. Leían mal, escribían peor, sus hábitos de trabajo y conducta eran nulos, la disciplina brillaba por su ausencia y más ahora en que un maestro pequeñajo y jovencito quería meterles en verea…
Me encomendé a todas las instancias “celestiales” y cogí “el toro” por los cuernos.
Acordándome de mi destino anterior y de mi ya amigo Alejo, comencé por aplicar el orden en pocos pero muy concretos aspectos: Correcta entrada a clase, ocupar los sitios asignados, cuidar el material –mesa, silla, libros, etc…- de los que era responsable, guardar silencio, respetar al compañero, pedir la palabra, no interrumpir, etc, etc. Como aquellos chicos tenían muchos defectos, pero no eran tontos, les propuse que, cualquiera que faltara a las normas –que por cierto cada uno había copiado en su cuaderno- tendría que ser juzgado delante de toda la clase por el resto de los compañeros, quienes deberían aplicar una sanción de entre las que previamente ellos mismos habían confeccionado. Así se fue enderazando la disciplina poco a poco.
En el aspecto pedagógico empecé a trabajar las materias instrumentales básicas, como la lectura y la escritura, porque de nada servía que supiesen quiénes eran los Reyes Católicos si no sabían escribir su nombre correctamente, el por qué de la utililzación de las mayúsculas, la pronunciación, acentuación, etc…
Introduje asímismo muchos elementos lúdico-educativos para aumentar su floja cultura, como la realización de concursos, a la manera de aquellos que estaban de moda en la reciente televisión pero adaptando, como no, la dificultad de las preguntas a su nivel, para que no se viesen desbordados. Utilicé con profusión el material de filminas, diaspositivas, de que disponía, para hacer más amenas las clases. En fin, que en dos o tres meses, mis vitorinos trocaron su fuerte empuje indiscriminado y peligroso en una suavidad que permitió una faena si no para orejas y rabo, sí para una digna vuelta al ruedo. Lo principal, me hice amigo de aquellos chavales, ellos de mi, y entre todos logramos que ya no fueran la escoria del colegio.

Que nadie se escandalice de mi narrativa de hoy. Que quede claro que soy el primero que respeta la dignidad humana,y esta comparación de hoy no pretende otra cosa que la de desdramatizar una situación bastante habitual en aquella época: hacer clases especiales para quitarse de en medio cada cual un problema, pero que terminaba con una clase repleta de ellos. Había que tener muchos recursos para saber lidiar en esas plazas.

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