lunes, 24 de noviembre de 2008

De cabeza de ratón a cola de león


Pronto me dí cuenta de que había invertido el popular refrán con que titulo este artículo. Durante varios años había sido, en mi escuela unitaria, mi director, mi jefe de estudios, mi secretario, mi consejero… hacía honor también al consabido refrán de :”Juan Palomo, yo me lo guiso, yo me lo como”. Pero no había más remedio que abandonar mi pequeño y casi paradisíaco destino en aquella pequeña población, porque mis hijos se iban haciendo mayores y tenía que procurarles una buena formación, tanto en el Instituto, como en la Universidad, si es que demostraban capacidad para acceder a ella.

Así que, ni corto ni perezoso, participé en el Concurso de Traslados y conseguí una plaza en una ciudad muy cercana a Valencia. Desde ahí pude enviar a mis hijos al Instituto, para seguidamente ingresar en la Escuela de Magisterio de Cheste, pues los tres primeros decidieron seguir los pasos de su padre.

Fui destinado a un colegio, de reciente construcción, en el que existían tres líneas, de primero a octavo, más las clases de preescolar. En total, treinta clases y casi cuarenta profesores, regentados por una Directora, perteneciente al Cuerpo de Directores por Oposición, cuerpo que años mas tarde fue eliminado por los “sabios” de la política, que creyeron así colaborar a la democratización de la enseñanza. Fue por entonces cuando se empezó a poner de moda llamar a los maestros “trabajadores de la enseñanza”.
¡Pobrecitos!, que poco se dieron cuenta de que un maestro no termina su jornada como un obrero, que se marcha a casa y se olvida de su faena hasta el día siguiente. Qué poco se dieron cuenta de que un maestro lo es desde que sale de su casa hasta que se acuesta, pues siempre su casa ha estado abierta para el que lo necesitase. Yo creo que por estos tiempos se inició el declive de la educación, un paulatino desgaste que nos ha llevado a estos tiempos en que hacer la 0 con un canuto merece ya el sobresaliente más alto. Poco a poco, si atino a hacerlo, daré fe de toda esta transformación a la baja…

Como cola de león que me correspondía ser, y como recién llegado al colegio, se me asignó un primer curso de primaria con nada más y nada menos que 45 alumnos. Este fue mi primer reto: sacarles adelante. Yo que creí que ya podría descansar algún ratito entre tarea y tarea, heme aquí que una vez más hube de multiplicarme para poder atender las necesidades de un programa –que se me había entregado a primeros de curso, en el primer claustro- , no dejando un respiro para que los peques no se me aburrieran. He de decir que todavía el maestro tenía que dar todas las asignaturas desde las matemáticas hasta la educación fisica, la música y la biblia en verso, si llegara el caso. Hube de convertirme en actor, una veces, en cantante improvisado, en otras, en payaso, las más de las veces, para que aquellos angelitos de 6 años pudieran aprender sus primeras letras, escribir, adquirir conocimientos e ir posesionándose de hábitos de trabajo, de estudio, de libertad, colaboración, compañerismo, etc…
Poco a poco la cola de león empezó a servir para algo más que para espantar las moscas… Seguiremos, mi buen amigo.

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