lunes, 27 de octubre de 2008

La mili(II)

Aunque yo no me lo creía ni de coña cuando me dieron la noticia, me tocó hacer la mili en África, concretamente en el territorio de Ifni., en dónde, dos o tres años antes, se había desarrollado una guerra con Marruecos, al pretender éste la conquista de aquel enclave español, situado al sur de Marruecos y al Norte del Sáhara español. Ni que decir el disgusto de mis familiares y amigos pues, unido a la mala suerte de tener que desplazarse a tan lejanas tierras, se daba la circunstancia de que en aquella contienda falleció el Alferez Rojas Navarrete, muy vinculado, tanto él como su familia, a mi pueblo.
Como solía ocurrir por entonces –ahora pienso que también, -aunque se diga lo contrario- se buscaron influencias para librarme de aquel destino, pero fue todo inútil. Y eso que se recurrió nada más y nada menos que al Director General de Plazas y Provincias Africanas, el general Díaz de Villegas, al que el padre de mi novia le estaba construyendo un cortijo en mi pueblo. Lo único que pudo conseguir este alto mando fue que me destinaran a la Compañía de Sanidad, como mal menor, puesto que, según sus propias palabras, al que le tocaba Africa no lo libraba ni su padre. Meses más tarde me trasladé a Úbeda, a la Caja de Reclutas, en donde partí hacia Cádiz. Allí, tras una noche pernoctando como un fardo de carga en unos almacenes del Puerto, embarqué hacia Canarias, a la que tardamos en llegar tres largos días. Llegamos de noche y, con nuestros petates a cuestas, nos trasladamos a un campamento militar en donde se nos facilitó el uniforme de soldado.
Para mí, el cambiar mi atuendo civil por el militar fue una de las sensaciones más desagradables de este período de mi vida. Era como si dejases tu personalidad y te revistieses de otra totalmente extraña; me sentía mal, se me hizo un nudo en la garganta y tuve que aguantarme las ganas de llorar. Aquel momento me revistió de soledad y tristeza, la oscuridad de la noche, en aquella solitaria tienda de campaña, me hizo acumular en mi memoria todo lo bueno que había dejado atrás: pueblo, familia, amigos, cariño… Pronto el cansancio me dejó dormir hasta que un estridente sonido de trompeta me devolvió a la realidad. Cuando me incorporé y me vi a la luz del día, casi me dieron ganas de arrojarme al mar y volver a casa nadando. ¡Me sobraba ropa por todos los lados! Dios mío, debieron darme tres o cuatro tallas mayores que la mía.
Casi sin darme tiempo a tomar conciencia de mi situación me vi en un avión, en el Aeropuerto de Gando, camino de mi destino: Ifni. Fueron dos horas largas por encima del mar hasta que avistamos tierra africana. En ella me esperaban dieciséis largos meses de “servicio a la Patria”…



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