miércoles, 24 de septiembre de 2008

Los Juegos






Yo no sé si antes los días eran más largos pero lo cierto es que parecía haber tiempo para todo. Sin agobios, sin prisas, sin tele, sin apenas radio… sólo con la imaginación, que no era poca. Con el bocado de la merienda en la boca ya estábamos jugando en la calle. ¿Habéis pasado por alguna avenida con muchos árboles, cuando ya la tarde empieza a caer? ¿Habéis reparado en el ruido estridente que hacen los pájaros mientras se van acomodando en las ramas para pasar la noche? Pues algo así ocurría en las calles de los pueblos: “bandadas” de niños, gritando, corriendo, alborotando a diestro y siniestro, jugando a los distintos juegos que se estilaban entonces.




Creo que no hace falta señalar que no se utilizaba ningún material especial; quiero decir consolas, coches autodirigibles, balones de reglamento, patines, patinetes, bicicletas, etc, etc…, sino más bien la ausencia casi total de todo esto. La propia calle te facilitaba las cosas, ya que para jugar a las bolas, el empedrado era lo ideal; las plazas, las eras vacías, los solares… se convertían en canchas de fútbol; unos trapos inservibles y unas cuerdas en pelotas o balones, que no botaban, pero que al menos rodaban e iban de un lado para otro con el consiguiente alborozo y disfrute de los que se creían Zarras, Basoras, Eizaguirres, Ben Barek, etc… Palos, varas, cañas… eran a veces lanzas, ora espadas, otrora escopetas y los que las empuñábamos Robin Hood, El Guerrero del Antifaz, El Pequeño Luchador… indios y rostros pálidos, piratas y corsarios, policías y ladrones, buenos y malos…




Las vallas de la plaza, castillos imaginarios, las ventanas de las casas burladeros en las corridas, con aquellas muletas y los cuernos arreglados en la carpintería, montados en una tabla, para que uno de nosotros pudiera hacer de toro… Juegos como el pillar, el escondite, la taba (en mi pueblo, el “garrabanche”), el burro, la pava, la pítila o pita… uuuffff, necesitaría todo un tratado sólo para enumerarlos y una enciclopedia para explicar sus reglamentos que eran, por otro lado, bien sencillos.
Para aquéllos que quieran saber cómo eran algunos de aquellos juegos, te remito a una web que compuse para mi pueblo. Lo podéis encontrar concretamente en: http://www.pherpi.com/lasnavas/costumbres.htm .Existían juegos con menos ejercicio físico como el de jugar a los cromos. En un principio, cuando se carecía de todo, coleccionabamos los dibujos de las cajas de cerillas, a las que llamábamos “santos” y que empleabamos para jugar, como si fueran verdaderos cromos. Más tarde llegaron los de futbolistas que coleccionábamos, cambiábamos y jugábamos con ellos. Puedo acordarme que alguno de nosotros reconocíamos a los jugadores con sólo enseñarnos la parte superior del cromo, viéndose sólo una parte del pelo.

Recuerdo una anécdota protagonizada por uno de mis amigos, cuando los cromos salían en las “carterillas”, es decir, en unos sobrecitos que traían el colorante para las comidas. Algunos niños se prestaban “amablemente” para hacer la compra a la madre con el objetivo de comprar también dicho producto y así quedarse con los cromos. Se dio la circunstancia de que en algunas casas ya había más colorante que garbanzos y, claro, las madres, empezaron a tomar medidas para cortar este desperdicio. Pero este amigo, para que la madre no descubriera aquellos sobrecitos, los fue arrojando al pozo de su casa. ¡Menudo susto el de la madre cuando, al sacar un cubo de agua, se lo encontró todo amarillo! Al darse cuenta de lo sucedido, la madre reprendió a mi amigo quien, ni corto ni perezoso, contestó: “No te preocupes, madre, ahora, para poner la comida, saca directamente el agua del pozo y ya no tienes que añadirle más que los garbanzos”.

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