martes, 16 de septiembre de 2008

Las cartillas del racionamiento



El año 1945 fue conocido como “el año del hambre”. Dije al comienzo que a mis cuatro años poco pude darme cuenta de aquella tragedia sufrida por la mayoría del pueblo español pasando hambre, indigencia, necesidad… Ni voy a entrar en valoraciones políticas o sociales, que cada uno cuenta la historia como le va… solamente apuntar lo que un niño pudo percibir y que, en la lejanía del tiempo, tiene su explicación.

En España faltaba de todo. La guerra había arrasado las ciudades, desmembrado a las familias, arruinado industrias, arrasado los campos y, para más inri, el bloqueo internacional. Así que una de las medidas fue racionar los alimentos básicos como el trigo, el pan, el aceite… confeccionando para ello unas cartillas con unos cupones en los que se asignaban a cada familia las cantidades correspondientes que, en la mayoría de los casos, resultaban insuficientes, pero, al menos, paliaban el problema. Yo era el encargado de recoger a diario el pan; en mi casa me entregaban el correspondiente cupón que yo canjeaba en la Panadería de “Estrellica”. Recuerdo aquel pan de color moreno, y cuyo mordida sabía un poco a paja… Cuando estaba en la panadería, los ojos se me salían de los “cuencos” contemplando aquellos pericones, pitisús, madalenas, etc… prohibitivos para la mayoría de los bolsillos. El contrapunto a aquel pan casi negro lo ponía un amigo de mi padre, sabioteño, al que llamaban “Enjuague”. Un tío simpatiquísimo del que yo recuerdo su pelo blanco y su ágil y amena conversación; a veces mi padre, hombre de pocas palabras, le decía en tono amistoso :”Cállate ya, que vamos a salir locos…” Pues bien, este hombre traía de Sabiote, su pueblo, unos panes blanquísimos, y que nos regalaba o canjeaba por otras cosas, que hay que hacer notar que por aquellos tiempos existía el extraperlo, un negocio que trabajaban los pobres para que se enriquecieran otros… vamos, como ahora los “camellos” solo que entonces se traficaba con alimentos…

Vienen a mi memoria unos cuantos pobres de solemnidad… pero el que más me quedó marcado fue uno llamado “Guatíbaro”, apodo del que desconozco su significado y si lo menciono es porque algunas personas mayores se acordarán mejor de él que si digo su nombre de pila. Era tanta el hambre que pasaba este hombre que un día estaba apoyado en una pared de la casa del tío Abilio, por cuya fachada bajaban unos grandes canalones metálicos, que terminaban en una gran boca. Alguien que pasaba por allí, se atrevió a preguntarle:”¿Qué haces ahí, al lado del canalón, Gautibaro?” –Pues mira, hombre –respondió nuestro personaje-, estoy esperando a ver si cae una lluvia de “ajuarina” para poner mi boca en la del canalón y hartarme de comer”.

Cuentan que nuestro amigo Guatíbaro hacía guardia todas las noches en la puerta de la Peña, esperando que salieran aquellas personas que se jugaban la pasta… Una de ellas tenía la costumbre de darle a diario una peseta, que el hombre agradecía con mil reverencias y bendiciones. Una noche, esta persona dijo a Guatíbaro: -“Lo siento, hombre, esta noche me han dejado sin blanca, me lo han ganado todo… no te puedo dar nada” A lo que nuestro personaje, altamente indignado, expetó: “¡¡Don Francisco, y a usted quién le manda jugarse mi dinero!!”

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