sábado, 13 de septiembre de 2008

La plaza de abajo (II)

Durante el día, la plaza se convertía en el lugar de juego de los chavales. Era sucesivamente un desierto de Arizona, en el que indios y vaqueros se batían a sopapo limpio, una plaza de toros, un coliseo romano, un amplio salón en donde los espadachines se batían… A veces, un montón de arena o un hoyo en la tierra servía de excusa para jugar al “cuquín”, juego que consistía en clavar un palo de madera o bien un largo clavo de hierro en un círculo que anteriormente se roturaba. El objetivo era clavar el “cuquín” en su interior, perdiendo aquellos que no lo lograban o cuyo cuquín era derribado por otros jugadores. Como en aquellos tiempos no existía el agua a mano y el terreno había de estar húmedo, para que los cuquines se hincaran fácilmente, ¿a que no te figuras lo que hacíamos? Creo que sí… Nos situábamos alrededor de aquel trocito de tierra y lo regábamos con nuestra orina… ¡Puafff!, es un poco guarrote, pero resultaba efectivo.

Los domingos era costumbre que la banda de música del pueblo, bajo la dirección del Maestro Mota – creo que por entonces era Juan José, que vivía enfrente de mi casa…- Los músicos formaban un circulo en el centro de la plaza interpretando diversas piezas musicales, generalmente pasodobles. El personal bailaba en la acera y calles aledañas y los chavales, ¡ay!, dábamos vueltas corriendo alrededor del corro de músicos, formando una gran algarabía, hasta que alguno de los guardias municipales, porra en mano, nos invitaba a “disolvernos” pacíficamente. Cosa curiosa es que recuerdo mi primer baile con una chica… Tendría yo unos tres añitos cuando, ante el regocijo de los presentes, por lo cómico del espectáculo, Mari -que tendría mi misma edad – y yo, dábamos vueltas y vueltas hasta que caímos mareados al suelo, tronchados de la risa.

Los más enamorados de la música, solíamos colocarnos al lado de los intérpretes más famosos, que para nosotros eran auténticos ídolos; así considerábamos a Antonio Mota, con su trompeta; a Amadeo con su clarinete, pero sobre todo nos encantaba ponernos junto a ¿El Pili?, que tocaba el bombardino, siendo éste casi de mayor envergadura que el intérprete. El momento culminante de cada concierto lo ponía el pasodoble “El mundo”, en el que Pucheta, con su saxofón, bordaba el “sólo”de esta pieza musical. Pero claro, a nosotros lo que nos gustaba observar era el tiempo que permanecía en aquellas notas, sin respirar. Cuando a punto de la asfixia nuestro amigo Pucheta, rojo como un pavo, terminaba su actuación, la plaza entera era un clamor de aplausos y vítores para este héroe del pentagrama.

“La plaza...testigo mudo de cuitas y secretos. Ah!, si la plaza hablara! Si contase lo que sabe!...Sabia como el tiempo, callada como una madre paciente...¡ Cuánto ha sufrido la pobre! ¡ Qué diferente a la plaza en que jugaba de niño, con aquellos agrietados bancos de madera, cobijo de ancianos y enamorados, castillos de la chiquillería, burladeros de verónicas de ensueño...La "tía" Política la ha ido cambiando a través de los tiempos, según la bandera que ondeaba...Ya no están tus acacias, con aquellas bolitas, que los padres nos decían que eran veneno....Ahora están estas plantas, omnipresentes en cualquier jardín moderno: pero ya no están tus acacias y su sombra...

Plaza de la Iglesia, la "plaza de abajo". Lugar neurálgico del pueblo. Sitio de encuentro de los habitantes de Navas. Corrillos, tertulias, ...había que estar aquí para estar bien informado. En esa modernizada plaza, La Iglesia. Construida junto a una vieja capilla, perteneciente a los Condes de Santisteban, cuando Navas de San Juan dependía de este pueblo vecino. Es un sencillo templo pero que, sin embargo, tiene dos características importantes: El tener una torre octogonal y la de haber contado como arquitecto al gran Vandelvira – o discípulo de éste, según algunos -, autor de grandes obras en la provincia de Jaén, entre las cuales se encuentra la Catedral de Jaén.”

(De mi página web sobre mi pueblo, Navas de San Juan: http://www.pherpi.com/lasnavas/

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